PUNTO DE ENCUENTRO ENTRE SENSUNTEPEQUE Y EL MUNDO

domingo, 17 de enero de 2010

EL CERRO GRANDE

Vista del Cerro Grande, desde la terraza de la casa en donde vivo


Debido a la parada escolar por la gripe A H1N1 en agosto 2009, un amigo organizó una caminata para nuestros hijos al Cerro Grande, lugar realmente hermoso y desde el cual se pueden contemplar muchos parajes. Todo surgió a raíz de una plática que alguna vez tuve con Luís Iraheta, amigo que conoce muchas historias y anécdotas de Sensuntepeque, Cabañas, lugar en donde vivo desde hace dos años con mis hijas y mi esposo.


El Cerro Grande, contiene en sus entrañas magia, historia y mil aventuras que contar; la ciudad entera está a sus pies, misma que se encuentra rodeada de los cerros Moidán y Pelón. Sensuntepeque, es un nombre náhuat que significa: “400 cerros” o En los innumerables cerros”-según Pedro Geoffroy Rivas en “Toponimia Náhuat de Cuscatlán”. La verdad es que independientemente de la traducción que se quiera tomar, en este caso, el resultado es el mismo, y es que este lugar adquiere un misticismo particular al verla desde el Cerro Grande y apreciar la gran cantidad de elevaciones de tierra que la sostienen.


Nuestra caminata inició en el Barrio El Calvario (en Sensuntepeque, por supuesto) a las 2:00 p.m. y después de algunos descansos por una u otra razón iniciamos nuestra verdadera ruta un grupo conformado por unas 30 personas, entre padres, madres, amigos y nuestros hijos.


El ascenso lo hicimos aproximadamente en 20 a 30 minutos, por una empinada y serpenteada calle empedrada que está al extremo oriente del cerro -el cual está situado al nororiente de la ciudad-, la vista era regia desde sus faldas y a medida aumentaba la altura recorrida cada vez quedaba más admirada de la gran belleza natural que rodea a este rincón de mi país. El verde de las colinas y cerros cercanos se difuminaba hasta convertirse en gris-celeste de los volcanes y montañas lejanas. Viajé con la mirada hasta Ciudad Dolores e imaginé el recorrido del Lempa a través del paisaje. El canto de los pájaros, los árboles frutales, la pequeña vena de agua cristalina proveniente de un nacimiento en lo alto del cerro y que desciende al lado del camino junto con algunas milpas fueron nuestros guardianes durante el recorrido, menguando por momentos el intenso sol de la recién iniciada tarde.




La fatiga, el sudor y la respiración rápida cesaron cuando llegamos a la cima, la cual fue anunciada por el cese de la vía empedrada, dejando ver un manto verde que cubría la tierra. Luís, nuestra guía, nos enseñó la fuente de agua que vimos correr durante la escalada y nos bajó unas guayabas que en el acto nos comimos. Anduvimos unos pasos más hasta llegar a la amplia sombra de un copinol, sin embargo fue bajo las ramas de otro árbol en donde el grupo se sentó a descansar y beber un poco de agua. Ahí fue en donde la historias del sitio fluyeron; así fue como me enteré que el lugar estuvo, durante la guerra civil, bajo el dominio de la Fuerza Armada; en él había un puesto de vigilancia junto con algunos helicópteros listos para emprender el vuelo; todavía están las trincheras de aquel entonces. Pero las historias engendradas tiene más de dos décadas, éstas se remontan al siglo XVIII, época de la fundación de la ciudad, pues fue justamente ahí en donde se cimentó el primer Sensuntepeque y que, por motivos de escasez de agua, se decidió abandonar el lugar y trasladar el pueblo a las faldas del mismo. Según dicen algunas personas, aún hoy es posible encontrar enterrados a poca profundidad vestigios del primer asentamiento sensuntepecano.


Estando en el borde del cerro, tuve a mis pies toda la ciudad, contemple maravillada sus barrios y colonias, sus calles, canchas e iglesias; identifiqué la casa en donde vivo. Me sentí libre.


La tarde fue amena, los niños, jóvenes y adultos se unieron para disfrutar de una sesión de juegos en peligro de extinción: “ladrón librado y arranca cebolla”. Los gritos, las corridas, los saltos y la alegría se entremezclaron para quedar estampado el recuerdo en la memoria de los que estuvimos ahí.

Descendimos por un camino mal definido que se encuentra al lado nor-poniente, aún hoy se pueden ver las rudimentarias gradas hechas por los soldados, con sacos de arena. Durante la bajada me detuve un par de veces para observar las montañas que conducen a Ciudad Victoria, las cuales son igualmente hermosas que las del oriente del cerro.

SECULTURA, a través de la Casa de la Cultura local, alcaldía municipal, iglesia y sociedad civil debería de unirse para conservar este sitio, que con un poco de voluntad bien podría convertirse en un lugar turístico. Tiene potencial, ahí hay historia, recreación y contacto con la naturaleza. La gente de Sensuntepeque necesita un espacio para divertirse y estar en comunión con su origen.




El ecoturismo puede ser la fuente de ingresos que de una mejor vida a muchas familias de la zona. El Cerro grande puede convertirse en algo así como “Los Planes de San Salvador”, por el hermoso paisaje que brinda al turista; el Cerro Grande puede ser otro “Suchitoto” por la riqueza histórica que se encuentra en sus profundidades. Un parque ecológico, histórico, un lugar de desarrollo comercial, todo está al alcance de nuestras manos. El lugar esta a la vista de todos, sólo falta la mente creativa y el corazón de los verdaderos sensuntepecanos para hacerlo.


Hoy el cerro esta siendo lotificado, pronto se perderá el patrimonio que es en sí mismo. El Cerro Grande debería de ser considerado un patrimonio municipal por toda la vasta historia que guarda y porque representa la gallardía del pueblo sensuntepecano. Sin embargo, la poca o nula importancia que se le da por parte de las autoridades hará una vez más que la memoria histórica de nuestro pueblo quede enterrada junto con los primeros cimientos de la ciudad de los cuatrocientos cerros.


Artículo originalmente publicado en LA ESQUINA DE ERIKA Y OSCAR en agosto de 2009.

http://laesquinaderikayoscar.blogspot.com/


Texto:

Érika Mariana Valencia-Perdomo

Fotografías:

Óscar Perdomo León

martes, 12 de enero de 2010

SENSUNTEPEQUE: antes de ser cabecera departamental…

Iglesia Santa Bárbara, al amanecer.

A la izquierda está el cerro Grande.


Sensuntepeque en épocas precolombinas fue un lugar habitado por lencas, quienes hablaban el potón y que posteriormente recibieron la influencia pipil, cuándo éstos últimos llegaron desde México a invadir Cuscatlán, por ello el nombre del municipio es de origen nahuat. Según Pedro Geoffroy Rivas en su libro “Toponimia nahuat de Cuscatlán” Sensuntepeque, proviene de las raíces Tsentsun: numeral que indica muchos o innumerables, Tepet: cerro y C: en, lugar, es decir “En los innumerables cerros”.


La evangelización de los indígenas estuvo a cargo de los frailes dominicos quienes fundaron la iglesia de este pueblo bajo la advocación de Santa Bárbara; en 1770 Sensuntepeque era un pueblo anexo del curato de Titihuapa. Al crearse la Intendencia de San Salvador en 1786, su territorio se dividió políticamente en partidos y Titihuapa fue designada cabecera del partido de Sensuntepeque y del curato. Sin embargo tanto el cura como el gobernador decidieron residir en Sensuntepeque, trasladándose así y de forma paulatina la cabecera del partido y del curato a esta localidad.


Sensuntepeque colonial figuraba como un pueblo añilero, con gente laboriosa y guerrera, que en los inicios del siglo XIX, se unió firmemente a los vientos de independencia que soplaban por el territorio centroamericano: el 20 de diciembre de 1811, los sensuntepecanos apoyaron el primer Grito de Independencia de los próceres san salvadoreños. Fue así como los comisarios Juan Morales, Antonio Reyes e Isidro Cibrián junto con las señoras María Feliciana de los Angeles y Manuela Miranda, se levantaron en armas con gente que reunieron en la "Piedra Bruja", se tomaron el cuartel después de duro combate y depusieron a las autoridades españolas, que presidía el teniente subdelegado don José María Muñoz. Sin embargo no recibieron los auxilios requeridos por los lugareños de Sensuntepeque y Guacotecti, viendóse forzados a dispersarse; fueron perseguidos, capturados, procesados y deportados al Castillo de Omoa (Honduras) en donde guardaron prisión hasta 1818, y las señoras de los Angeles y Miranda (quienes apoyaron también el movimiento independentista) sufrieron la condena de 25 azotes en la picota pública y prisión en casa del cura vicario de San Vicente, presbítero doctor Manuel Antonio de Molina, a quien sirvieron durante el término de la condena.


Cerro El Moidán


Después de 1821 y ya conformada la Federación Centroamericana, el gran unionista Francisco Morazán junto con 600 hombres salió de San Salvador y se situó en la hacienda San Francisco, cerca del río Lempa, en jurisdicción de Sensuntepeque, dos días después en el lugar llamado "El Jícaro", de la misma hacienda, libró una intensa batalla para detener la ruptura de la Federación, así el general Morazán ocupaba la villa de Sensuntepeque.


Bandera de la Federación Centroamericana


Fue en un árbol de laurel en el Cerro El Moidán en donde se izó por última vez la bandera de la Federación Centroamérica, debido a que poco tiempo después ésta se disolvería por presiones e intereses egoístas de las fuerzas conservadoras de aquella época, naciendo entonces las cinco naciones centroamericanas como países separados y dispersos, perdiéndose con esta ruptura la oportunidad de construir un país más grande y fuerte, que era el sueño de Francisco Morazán.




Texto y fotografías:

Érika Mariana Valencia-Perdomo



La imagen de Francisco Morazán fue extraída de

http://mariobarahona.files.wordpress.com/2009/10/francisco-morazan.jpg


La imagen de la bandera de la Federación Centroamericana fue extraída de http://es.wikipedia.org/wiki/Rep%C3%BAblica_Federal_de_Centro_Am%C3%A9rica